Dr. Carlos Germano * | El cierre de las listas de cara a las próximas elecciones reabrió el debate sobre la funcionalidad que poseen las primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias. Casi todos los frentes electorales realizaron sus mayores esfuerzos para ir en contra del espíritu de esa ley y evitar a toda costa que sea la ciudadanía la que defina los candidatos más populares y quienes deberán competir en octubre. Ante esta dinámica, ¿tiene sentido seguir sosteniendo este sistema?
Las consecuencias de la elección de 2015 fueron tétricas para las definiciones que se dieron en 2017. Las primarias de Cambiemos (Ernesto Sanz, Elisa Carrió y Mauricio Macri) o las del Frente UNA (José Manuel De la Sota y Sergio Massa) fueron relativamente ordenadas, sin mayores críticas entre candidatos. Por el contrario, una de las únicas disputas más intensas se dio en la provincia de Buenos Aires en la primaria entre Julián Domínguez y Aníbal Fernández. El miedo a la intensificación del conflicto venció por sobre la lógica aperturista que buscaron tener en un principio. De querer reparar el vínculo claramente roto entre representantes y representados, las primarias pasaron a ser un simple formalismo que le cuesta al estado (y por lo tanto a todos nosotros) unos 2.800 millones de pesos.
Por supuesto que las PASO solo tienen sentido si existen partidos políticos estables y en Argentina han desaparecido. El grado de mediatización y personalismos que ha venido caracterizando la política nacional ha quedado por encima de estructuras partidarias históricas. Lamentablemente el artículo 38 de la Constitución Nacional que señala que los partidos son instituciones fundamentales de la república, hoy parecen palabras pasadas de moda.
Esta dinámica ha sido llevada tan al extremo que el PRO, uno de los partidos creados post crisis 2001 está dentro de una alianza presentando un mismo formato en todo el país con excepción de su principal bastión, la ciudad de Buenos Aires. Al mismo tiempo, el kirchnerismo se ha separado de uno de sus principales baluartes durante la última década alejándose del sello del partido justicialista solo por evitar una competencia interna. En ambos casos, las decisiones a dedo dentro de cada provincia han sido lo que estructuraron casi todas las candidaturas.
El sistema político está en deuda. Si bien como democracia hemos destruido fantasmas del pasado en relación a la resolución de nuestras divisiones mediante golpes de estado, aún quedan múltiples desafíos pendientes. Un rumbo económico estructuralmente zigzagueante, cerca del 30% de nuestra población en situación de pobreza y servicios públicos deficientes. Un déficit fiscal estructural, altos grados de desconfianza social en diversas instituciones (justicia, política, sindicatos, medios, etcétera) y una sociedad altamente dividida.
De esta manera, el problema recae en reducir la discusión solamente a la utilidad de las primarias y el objetivo es no perder de vista la pelea que realmente vale la pena dar: como generamos incentivos dentro del sistema para que los partidos políticos vuelvan a estar en el centro de la escena y puedan canalizar de manera ordenada y constante las demandas ciudadanas.
*Presidente de Carlos Germano y Asociados. Consultor- Analista Político.