Marcelo López Arias* | En esta Argentina nuestra uno siempre tiene la sensación de que la realidad sobre la que hoy estamos escribiendo, mañana puede ser totalmente distinta y que, al mismo tiempo, los problemas que estamos enfrentando volverán inalterados una y otra vez y que estaremos siempre luchando por salir del mismo pozo.
Otra vez déficit fiscal y endeudamiento, otra vez aumento de la pobreza y caída del poder adquisitivo, otra vez caída de la producción y creciente desempleo y otra vez sentir que se ha dejado pasar el tren de la oportunidad de iniciar el camino de una sociedad equitativa y productiva que genere dignidad y empleo genuino.
Pero esta vez en un marco absurdo e inédito de una liberalización total del mercado cambiario que generó que de las divisas que producía la exportación del trabajo argentino muy pocas volvieran a incorporarse a la actividad interna. Con un Gobierno que trató de manejarse sin proyecto y sin ministro de Economía reemplazado por una serie de Kioscos autónomos manejados por gerentes provenientes del mundo de las finanzas, y que dejó que nuestra sociedad quedara enredada en una rifa de dólares y tasas de interés infernales, hasta que la fragilidad del esquema estallara con esa locura autoinfligida de poner una tasa financiera en medio del torbellino del vencimiento de la bola de nieve de las lebacs.
Todo esto estaba bullendo en el sustrato en que nos movíamos en un clima de aparente tranquilidad, disimulado por consultores de opinión publica que hacían crecer un fantasma para obligarnos a ponernos de uno u otro lado de una grieta, en uno de cuyo borde solo había delincuencia y podredumbre. Por supuesto, y esto tampoco es nuevo en la historia argentina, trató de ponerse a todo el peronismo del lado podrido, extremando las peleas y arrasando con toda posibilidad de concordia y posiciones sensatas y equilibradas.
Y esto fue una política deliberada y claramente construida a partir de errores ajenos, con buenos modales pero extremados hasta un límite que terminó envolviendo a toda la sociedad.
Hace pocos días visitó mi provincia un abogado salteño que durante su exilio en la dictadura llegó a ser asesor prominente de una de las dos grandes organizaciones laborales que existían en España en esa época. Y que desde ese lugar, aunque el pacto de la Moncloa fue básicamente un gran acuerdo político, le tocó participar de las discusiones colaterales. Y desde su experiencia personal contaba con amargura como al inicio del gobierno de Macri leyó con asombro una crónica de un periodista muy poco afín al peronismo, que narraba un encuentro de Schiaretti y De la Sota en que estos le proponían al nuevo presidente la posibilidad de trabajar juntos, en un gran acuerdo nacional que definiera algunas políticas de estado comunes y estables y que este simplemente le contestara negativamente con el solo argumento que sus asesores le aconsejaban que no acepte porque esa foto juntos no sería bien vista por la sociedad argentina.
No es necesario imaginar quienes eran los personajes que daban esos consejos que los llenaban de optimismo electoral en medio del desbarranco, mientras en el forcejeo lograban sacar del escenario a aquellos que creíamos en la necesidad de construir una alternativa de futuro totalmente alejada de todos los focos de corrupción, que los hay en ambos bandos, y superadora de los errores del pasado y los dramas del presente.
Los consejeros felices. Todas las opciones relegadas a la platea y los extremos bailando solos en el escenario hasta que uno de ellos, sorpresivamente, decidió dar un paso atrás y poner adelante a quien había sido uno de sus críticos más duros. Con todos los ejes cambiados los famosos consejeros se encontraron con un aluvión de bronca y resentimientos que los aplastó con una magnitud inesperada.
Ahora estamos como estamos. Con un gobierno debilitado, con franca caída de reservas y una crisis social creciente, tomando decisiones que implican caída de ingresos para el Estado nacional y las Provincias y las dos caras de una moneda que por un lado llevan a un tipo de cambio competitivo que mejora nuestro comercio exterior pero que, como ocurre históricamente en una sociedad que piensa en divisas, automáticamente conlleva un aumento de los precios internos y una caída del poder adquisitivo de la población. Y un anuncio de renegociación de las obligaciones que ahora llamamos reperfilamiento, con postergaciones de pagos, límites de cambio etc. Y todas decisiones con vencimiento en diciembre cuando ya tendremos un nuevo presidente en ejercicio.
Y al mismo tiempo a un candidato de la oposición con amplias ventajas electorales pero que todavía está muy lejos de ser definitivamente electo y de poder ejercer el poder real. Con el respeto que tengo por Alberto Fernández, durante cuya jefatura de gabinete me tocó ser vicepresidente del Senado de la Nación y compartir muchas tareas con él y con el admirable ministro Lavagna que manejo la economía en esas épocas, como hoy me toca compartir la vitalidad del Gobernador Urtubey, creo que no podemos dar por terminada la etapa electoral no solo porque cualquier vuelco es posible, sino porque además de presidente en estas elecciones se define la composición futura de los otros poderes del Estado. Que van a ser la clave del rumbo que tome nuestro país en la nueva y difícil etapa que se inicia.
Creo que más que nunca tenemos que esforzarnos por romper la grieta y votar con convicción y a conciencia. Y que gane quien gane podamos generar una pluralidad de opiniones en esa mesa de discusión, que necesariamente tiene que buscar ese gran acuerdo nacional que ofrecieron De la Sota y Schiaretti y que es la condición necesaria para que terminemos con las frustraciones y podamos construir un país previsible y equitativo capaz de contener con dignidad a la inmensa cantidad de compatriotas excluidos y marginados, que son la deuda impostergable que tenemos todos.
* Ex Senador y Diputado Nacional | Ministro de Gobierno, Justicia y Derechos Humanos de la provincia de Salta