Por Pascual Albanese* | Tras cumplirse en marzo de 2021 el trigésimo aniversario del Tratado de Asunción, que puso en marcha el MERCOSUR, el bloque regional enfrenta el desafío de un profundo replanteo cuyo resultado influirá decisivamente en la configuración política de América Latina y en su futura inserción en el nuevo escenario mundial. La respuesta a semejante desafío exige una mirada estratégica que descarte las visiones cortoplacistas y atienda a la dimensión de lo que verdaderamente está en juego en esta encrucijada.
En 1987 el historiador francés Alain Rouquié publicó su libro “América Latina: Extremo Occidente”. Hasta el descubrimiento de América ese término de “Extremo Occidente”, vinculado con el de “Finisterre” (fin del mundo), estuvo asociado a un antiguo mito sobre la geometría de la Tierra. La expresión fue empleada originariamente para caracterizar a la Península Ibérica, a España y Portugal. La suposición generalizada era que una vez traspasando ese límite los barcos desaparecían en las profundidades de lo desconocido. Pero Colón, que pretendía llegar a las Indias, “chocó” con América y ese acontecimiento amplió los límites de Occidente y modificó el curso de la historia mundial.
Con esos antecedentes, no resulta una mera casualidad que en marzo de 2013, cuando el cónclave de cardenales ungió al arzobispo de Buenos Aires, monseñor Jorge Bergoglio, como sucesor de Benedicto XVI, el flamante Papa Francisco, primer pontífice latinoamericano, en su primera presentación ante la multitud en la basílica de San Pedro, señaló que para elegirlo “ los hermanos cardenales fueron casi hasta el fin del mundo”.
Para Rouquié, América Latina es, ante todo, una “realidad cultural”, cuya especificidad no suele ser tenida suficientemente en cuenta por la intelectualidad europea. Esa precisión adquiere relevancia para analizar el posicionamiento de América Latina en el nuevo contexto mundial. Porque esa ubicación está signada por una identidad cultural que es el signo de un destino común. Puntualiza Rouquié que América Latina puede ser concebida como “el Tercer Mundo de Occidente” o como el “Occidente del Tercer Mundo”.
Algunos autores llegan a cuestionar la existencia misma de América Latina como una unidad. En sentido contrario, en 1981, seis años antes de la aparición de la obra Rouquié, Amelia Podetti, una pensadora argentina que el propio Francisco reconoció había influido muy fuertemente en su formación intelectual, publicó su libro “La irrupción de América en la historia”, que aborda esa problemática y proclama que precisamente lo que distingue a América Latina es la de constituir la expresión de una unidad forjada en la diversidad, muy distinta en este punto a la América sajona.
Para Podetti, ”esta virtud unificadora se encuentra en los mismos fundamentos de la historia de América, expresada en múltiples rasgos muy definitorios, donde se destacan como hechos peculiares, por una parte, la voluntad mestizadora de la conquista y la colonización y, por otra, la relación entre cristianismo y cultura que se establece únicamente en América profundamente ligados e interdependientes al punto que quizás la cultura americana sea la única genuinamente cristiana, es decir cristiana desde sus orígenes. Es justamente esa vocación de síntesis, esta virtud de unidad, esta aptitud parta transmitir tradiciones culturales diversas lo que al mismo tiempo particulariza a América, hay una vocación de universalidad en su propia particularidad cultural”.
Sugestivamente, en mayo de 2018 una calificada delegación de teólogos latinoamericanos, encabezada por el sacerdote jesuita Juan Carlos Scanone, uno de los maestros intelectuales de Francisco y de los máximos teóricos e la llamada “teología del pueblo”, forjada en la Argentina como una corriente interna diferenciada dentro de la “Teología de la Liberación”, viajó a China para participar en un seminario para profundizar la vinculación entre fe, cultura y religiosidad popular, una cuestión central en la que la experiencia latinoamericana relatada por Podetti resulta de particular interés para el Partido Comunista Chino, que en su relación con la Iglesia Católica abrió la posibilidad para la existencia de un “cristianismo con características chinas”. El viaje de esa delegación, integrada entre otros por el pensador argentino Enrique Del Percio, fue coordinado por la teóloga argentina Emilce Cuda, a quien Francisco designó recientemente como coordinadora de la Comisión Pontificia para América Latina.
Según Podetti, “América es capaz de integrar la modernidad con su propio fundamento histórico y espiritual, porque ella es capaz de concebir la universalidad de la historia y el sentido de búsqueda de la unidad en la marcha del hombre sobre el planeta”. Afirma que “el descubrimiento del “nuevo mundo” es, en realidad, el descubrimiento del mundo en su totalidad, es el descubrimiento de que el mundo era algo totalmente diferente al que el hombre de una y otra parte habían conocido hasta entonces. Con América comienza de modo efectivo la historia universal o la historia se hace definitivamente universal, porque sólo desde ese momento los hombres comienzan a conocer la tierra tal como es y saben que ya están dispersados en todas sus direcciones”.
La historiografía ha dado ya cuenta de las múltiples modalidades de la influencia europea en la conformación de la cultura latinoamericana. Pero el escritor colombiano Germán Arciniegas, a lo largo de toda su obra pero en especial en su libro “América en Europa”, publicado en 1975, seis años antes que el libro de Podetti, tuvo la originalidad, y el atrevimiento, de plantear el reverso de esa medalla: los aportes del nuevo continente que contribuyeron a modificar la realidad europea y mundial.
Arciniegas, un intelectual de liberal, explicaba: “estoy escribiendo un libro al revés, porque hay muchos libros y ensayos sobre la influencia de Europa sobre América”. Su descripción recorre desde los cambios en la alimentación, derivados de la introducción de la papa o el cacao, hasta la gravitación de las experiencias políticas americanas en los acontecimientos europeos. Recuerda, por ejemplo, que la acepción política del término “independencia” recién aparece en los diccionarios después de las independencias de los países americanos. Un capítulo de la obra está dedicado a examinar la influencia de la revolución estadounidense de 1776 sobre la Revolución Francesa.
La cuestión de la proyección política de la identidad cultural latinoamericana está en el centro del pensamiento de Alberto Methol Ferré, un intelectual uruguayo de vasta y fecunda trayectoria que fue director del Departamento de Laicos del la Conferencia Episcopal Latinoamericana (CELAM). En 2006, Methol Ferré publicó su último libro, “América Latina en el siglo XXI”, que fue presentado en Buenos Aires por Bergoglio.
Para Methol Ferré, la Iglesia Católica, que junto a España y Portugal fue la otra gran protagonista de la conquista y la colonización, constituye un motor fundamental para la integración latinoamericana. En América Latina viven hoy el 40% de los católicos del mundo. Si se le suma la población hispana en Estados Unidos puede decirse que la mitad de la población católica mundial es latinoamericana.
Para Methol, la Iglesia latinoamericana protagonizó un largo proceso de maduración que tuvo su punto culminante en 2007 en la Quinta Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, realizada en Aparecida, ciudad de la aparición de la “Virgen negra” que es la patrona de Brasil. Monseñor Bergoglio presidió el Comité de Redacción que elaboró el ”documento de Aparecida”, cuyo texto sintetiza el aporte de una Iglesia latinoamericana que asumía una identidad propia e intransferible. Esa premonitoria apreciación de Methol, fallecido en 2009, anticipó la elección de Francisco.
El principal heredero intelectual de Methol Ferré, el uruguayo Guzmán Carriquiry Lecour, quien tras desempeñarse durante más de cuatro décadas en distintas funciones como laico en la Santa Sede coronó su carrera como vicepresidente de la Comisión Pontificia para América Latina, coincide con la interpretación de su maestro. En un reportaje realizado en 2017, Carriquiry ssubrayó que “Aparecida fue un paso fundamental de la trayectoria que llevó al padre Bergoglio a la sede de Pedro”. Explicó asimismo que “como decía Ortega y Gasset, la persona es ‘yo y sus circunstancias’. Al Papa no lo eligen por motivos geopolíticos. Lo eligen por su persona para un determinado momento de la Iglesia. Pero la persona no está aislada de sus circunstancias”.
En la visión de Methol Ferré, América Latina es Iberoamérica, una amalgama de España y Portugal y su configuración responde a la evolución histórica de esas dos vertientes: la tradición portuguesa, encarnada por Brasil, que logró conservar su unidad, y la vertiente hispánica, que fue víctima de un proceso de balcanización política que derivó en su fragmentación política, expresada en la creación de una veintena de repúblicas independientes. Abanderado de la idea de la “Patria Grande”, Methol concuerda con su amigo Jorge Abelardo Ramos, el fundador de la izquierda nacional en la Argentina, quien afirmaba que “somos argentinos porque fracasamos en ser americanos. Aquí se encuentra todo nuestro drama y la clave de la revolución que vendrá”.
Para Methol, América Latina está compuesta por dos realidades: América del Sur, cuyo epicentro es el vínculo entre Brasil y la Argentina, y México y Centroamérica, con una economía cada vez más integrada con Estados Unidos. En su apreciación, el “macizo continental” y punto de partida de la integración latinoamericana, reside en América del Sur, lugar de encuentro entre la América portuguesa y la América hispana. Esa confluencia es el núcleo básico de esa “realidad cultural” que Rouquié utiliza para caracterizar a América Latina.
Subraya Methol que “América del Sur es la zona más decisiva de América Latina. Sin Brasil no habría América Latina, sólo Hispanoamérica”. No es sólo una apreciación de carácter cultural: Brasil es la octava economía del mundo y representa más de la mitad de la superficie, la población y el producto bruto sudamericano. A pesar del vigoroso avance de las iglesias evangélicas en las últimas décadas, es también la mayor nación católica del mundo.
Methol puntualiza también que, en términos prácticos, “la única frontera histórica de Brasil con Hispanoamérica es la Cuenca del Plata. Este es el sitio de encuentro y conflicto de medio milenio entre lo luso-mestizo y lo hispano- mestizo. Sólo allí está el mayor poder hispanoamericano de América del Sur, la Argentina. Así, la única frontera verdaderamente bifronte, en rigor la primera gran frontera latinoamericana, es la de Brasil y la Argentina”.
Methol sabe de lo que habla. Su indagación histórica parte del nacimiento de Uruguay, reconocido como estado independiente por el tratado de paz de 1828 que puso fin a la guerra argentino-brasileña y creó un nuevo país que no fuera la Provincia Cisplatina de Brasil ni volviera a ser la Banda Oriental de las Provincias Unidas del Río de la Plata.
Si Brasil refleja el mestizaje cultural entre la colonización portuguesa y la corriente migratoria negra proveniente de Africa y México la amalgama entre los conquistadores españoles y las poblaciones del imperio azteca, la Argentina tiene otra especificidad, producto de su historia: la población europea superó ampliamente en número a la población aborigen y después la gigantesca ola inmigratoria de fines del siglo XIX y principios del siglo XX, mayoritariamente italiana y española pero también de las más disímiles proveniencias, desde Medio Oriente hasta la Rusia zarista, le otorgó una impronta cosmopolita que la distingue en el concierto regional.
Francisco es hijo de inmigrantes italianos. El cardenal Esteban Karlic, un predecesor de Bergoglio en la presidencia de la Conferencia Episcopal Argentina, sostuvo que la nacionalidad de Francisco no sólo no fue un impedimento para su elección sino tal vez una de las condiciones de su elegibilidad, porque cuando los cardenales decidieron salir de la histórica matriz eurocéntrica y ungir a un Papa no europeo pudieron encontrar en el Cardenal Primado de la Argentina una personalidad latinoamericana más afín a sus tradiciones culturales.
Methol Ferré siempre reconoció la enorme influencia que ejerció sobre su pensamiento la visión estratégica de Perón cuando a principios de la década del 50 lanzó la iniciativa del ABC (Argentina, Brasil, Chile). A menudo citó su discurso en 1953 ante los altos mandos militares en la Escuela Superior de Guerra, donde enfatizaba que “ni Argentina, ni Brasil ni Chile aislados pueden soñar con la unidad económica indispensable para enfrentar su destino de grandeza. Unidos forman, sin embargo, la más formidable unidad, a caballo de los dos grandes océanos de la civilización moderna. De esa unidad podría constituirse hacia el Norte la Confederación Sudamericana”.
Esa notable clarividencia se ve ratificada veinte años después, en un discurso de diciembre de 1973, donde puntualizó que “sólo las grandes zonas de reserva tienen todavía en sus manos la posibilidad de sacarle a la tierra la alimentación necesaria para este mundo superpoblado y la materia prima para este mundo súper-industrializado. Nosotros constituimos una de esas grandes reservas. Ellos son los ricos del pasado. Si sabemos proceder, nosotros seremos los ricos del futuro”. En esa ocasión, agregó: “frente a este cuadro, y desarrollados en lo necesario tecnológicamente, debemos dedicarnos a la gran producción de granos y proteínas, que es de lo que está hambriento el mundo de hoy”.
Con estos antecedentes, Methol Ferré exalta el significado histórico que tuvo en la década del 90 la puesta en marcha del MERCOSUR. A su juicio, “el MERCOSUR inicia una revolución mayor que la de la independencia”. En su análisis, “es la vía necesaria para el estado continental nuclear de América Latina”, en una era histórica signada por la emergencia de grandes espacios continentales (o “países continentes”), básicamente Estados Unidos, China, la Unión Europea y Rusia, una nómina en la que pretende incorporar a América Latina para convertirla en protagonista del quehacer mundial y no en un simple “coro de la historia”.
Guzmán Carriquiry, otro antiguo amigo de Francisco y actual embajador de Uruguay en la Santa Sede, autor del libro “La apuesta por América Latina”, también presentado en Buenos Aires por Bergoglio, retomó la denominación de Rouquié de la región como “Extremo Occidente” y sostuvo: “América Latina es una singularidad en el concierto mundial. Somos culturalmente el Extremo Occidente, mestizo y empobrecido, de arraigo católico, región emergente y en vías de desarrollo”.
Carriquiry avanzó en una actualización de la perspectiva formulada por Methol Ferré, en función de los cambios experimentados en los últimos años en el mapa continental. En ese sentido, advirtió: “Lamentablemente, el MERCOSUR, proyecto histórico fundamental desde una alianza brasileña argentina y chilena, único eje de conjugación y atracción y propulsión a nivel sudamericano, se ha ido empantanando”. Aclaró empero que “sin embargo, está destinado a resurgir de sus cenizas cuando se afronte con inteligencia y valentía el bien común de nuestros pueblos y naciones”. Advirtió que el bloque regional “tendrá que saber conjugar bien con la Alianza del Pacífico, que ha emprendido un camino de integración que habrá que seguir con atención”.
Efectivamente, la Alianza del Pacífico, motorizada en 2012 con el impulso de la explosión de crecimiento de China y del mundo asiático, que convirtió al Océano Pacífico en el epicentro del intercambio internacional, nuclea a las economías más abiertas y también más dinámicas de la región. Sus cuatro socios fundadores, México, Colombia, Perú y Chile, tienen por separado acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. Chile y Perú tienen tratados bilaterales de libre comercio con China. Chile suscribió asimismo convenios de libre comercio con la Unión Europea y con países que en su conjunto representan el 90% del producto bruto mundial.
En este sentido, hay un abierto contraste entre la Alianza del Pacífico y el MERCOSUR, que constituye un bloque más cerrado comercialmente. Esa cuestión motiva una insistente demanda de apertura por parte de sus dos socios menores, Uruguay y Paraguay, compartida, aunque con matices, por Brasil, que subrayan que el espíritu fundacional del bloque, basado en la idea de un “regionalismo abierto”, fue la construcción de una plataforma de lanzamiento conjunta para que sus cinco socios originarios pudieran erigirse en protagonistas del proceso de globalización de la economía mundial.
En esa necesaria reformulación del bloque sudamericano, los temas básicos de la agenda regional son los acuerdos sobre la reducción del arancel externo común y el avance en las negociaciones con otros bloques comerciales y con terceros países. En esa perspectiva, el fortalecimiento del MERCOSUR exige r incorporar tres nuevas dimensiones: una visión política, que incluye la creación de un sistema integrado de defensa y seguridad, una perspectiva bioceánica, lo que exige la profundización de la asociación estratégica con Chile, y un perfil agroalimentario, como surge de las características comunes de sus sistemas productivos, que sumados permitirían transformarlo en el principal proveedor mundial de proteínas, tal como preveía Perón en 1973.
Los modos y los tiempos de esa reestructuración del MERCOSUR no pueden desentenderse de las asimetrías estructurales preexistentes entre sus socios. Uruguay como Paraguay son economías abiertas, con rasgos semejantes a los países de la Alianza del Pacífico. Brasil y la Argentina tienen estructuras industriales que requieren un proceso de reconversión, a través de una estrategia de reindustrialización internacionalmente competitiva, fundada en la constante incorporación de nuevas tecnologías que permitan aumentar el valor agregado a sus exportaciones.
La convergencia entre el MERCOSUR y la Alianza del Pacífico constituye hoy el camino posible de la unidad latinoamericana. Juntos, ambos bloques reúnen más del 90% de la población, del producto bruto interno y de la inversión extranjera directa de toda la región. Esa confluencia permite que México, sin afectar sus vínculos estructurales con Estados Unidos, adquiera un mayor protagonismo en la construcción política de la región, orientada a transformarla en un centro de decisión autónomo en el escenario mundial.
América Latina necesita intervenir con una voz propia en la configuración del nuevo sistema de poder mundial, cuyo eje ordenador gira alrededor de una nueva bipolaridad, expresada en el complejo vínculo de competencia y cooperación entre Estados Unidos y China. Pero, a diferencia de lo sucedía con Estados Unidos y la Unión Soviética durante la guerra fría, ninguna de estas dos superpotencias lidera un bloque de países enfrentado al otro. No hay entonces alineamientos automáticos sino entrecruzamiento de intereses.
En ese contexto, la inserción de cada país y de cada región en ese escenario global estará determinada por la naturaleza de los vínculos que sea capaz de establecer, pragmática y simultáneamente, con Estados Unidos y con China. Más que de una multipolaridad, podría hablarse con mayor propiedad de un policentrismo, en el que cumple un rol sustantivo la Unión Europea.
La realidad específica de América del Sur le exige articular una sólida asociación comercial con China con una intensa cooperación con Estados Unidos en materia de seguridad hemisférica y de inversiones y de relación con la comunidad financiera internacional. Por su parte, México y América Central tienden a compatibilizar el creciente intercambio comercial con China con su integración en la economía norteamericana.
Pero ser “Extremo Occidente” supone, con las particularidades del caso, el reconocimiento de ser parte de Occidente. En ese sentido, América Latina es parte inseparable del sistema político y jurídico interamericano, que lo asocia con Estados Unidos, articulado alrededor de un sistema de instituciones multilaterales, como la Organización de Estados Americanos y el Banco Interamericano de Desarrollo, así como a tratados internacionales que incluyen desde el Pacto de San José de Costa Rica hasta la Carta Democrática de la OEA, inspirada en la “cláusula democrática” del MERCOSUR, introducida también en el estatuto de la Alianza del Pacífico.
En la década del 60, en el momento de la irrupción del Movimiento de Países No Alineados solía decirse que el “tercerismo” de la China de Mao Zedong consistía en estar igualmente lejos de Estados Unidos y de la Unión Soviética, mientras que el “tercerismo” de la Yugoeslavia del mariscal Tito buscaba situarse igualmente cerca de ambas superpotencias. Frente a esta nueva bipolaridad entre Estados Unidos y China, podría decirse que el mundo entero tiende hoy a recrear aquella estrategia de Tito.
En ese marco, cobra especial relevancia para América Latina, esa “realidad cultural” a la que se refería Rouquié, su relación con la Unión Europea, con la está unida por esos indisolubles lazos culturales forjados durante más de cinco siglos. México y Chile tienen en vigencia sendos tratados bilaterales de libre comercio con el bloque comunitario. De allí la relevancia política de la ratificación del acuerdo de libre comercio suscripto entre el MERCOSUR y la Unión Europea.
La confluencia entre el MERCOSUR y la Alianza del Pacífico contribuirá a otorgar a América Latina, esa “realidad cultural” del Extremo Occidente, la fortaleza política necesaria para participar en el debate planteado sobre la estructura de poder y el sistema de valores de esta nueva sociedad mundial que emerge a ritmo acelerado a escala planetaria.
Brasil, México y la Argentina forman parte de G-20, que constituye hoy la principal plataforma de gobernabilidad mundial, cuya agenda incluye el tratamiento de los temas fundamentales de esa discusión, desde la reforma de la actual arquitectura del sistema financiero internacional hasta la acción mancomunada para la preservación del medio ambiente, dos cuestiones básicas en las que la constante prédica y las múltiples iniciativas de Francisco contribuyen a instalar en la agenda global.
Desde este Extremo Occidente, sólo la unidad latinoamericana le puede permitir a la región ser parte del concierto mundial y no resignarse a ese papel pasivo que Methol Ferré estigmatizara como “coro de la historia”.
*Versión editada de la exposición de Pascual Albanese en el panel “América Latina en un nuevo orden mundial multipolar”, parte del congreso internacional Desarrollo global y sostenibilidad en la post-pandemia, organizado conjuntamente por la diplomatura en Contratos del Estado e Infraestructura Pública de la Universidad Austral y la CSSLA-Universidad de Roma.